martes, 26 de diciembre de 2017

HISTORIAS DE NAVIDAD




  Resulta que hace unos meses un cuñado mío me trajo dos tubos fluorescentes de tecnología LED para la cocina, y me dijo que gastaban la mitad de los habituales y alumbraban el doble. ¡Genial! –le dije. Y ahí han estado durmiendo todo este tiempo hasta que hoy, mayormente acuciado por mi mujer, que se quejaba de que en la cocina había poca luz, he decidido cambiarlos.

   El primer problema con el que me he encontrado ha sido que los cebadores normales no valen, hay que ponerles unos especiales adaptados a las altas prestaciones de los luminosos referidos, con lo cual me he visto obligado a desenroscar la tulipa circular que va pegada al techo,  donde se alojan los cebadores y la reactancia. Todo esto después de quitar los fluorescentes que tenía que sustituir.  Desenrosco y me encuentro con que la reactancia está suelta en lugar de estar sujeta al techo, así que imaginaos la escena: yo subido en un taburete de madera haciendo equilibrio para no caerme, con una mano sujetando la tulipa donde está la reactancia y con la otra quitando los cebadores antiguos para cambiarlos por lo nuevos. Pero al fin lo conseguí, con alguna dificultad, pero lo conseguí.  Satisfecho vuelvo a colocar la tulipa en su sitio, enrosco la tuerca al tornillo que la sujeta, pongo los dos fluorescentes nuevos, le doy al interruptor de la luz y… que si quieres arroz Marcelina. ¿O es Catalina?

    Vuelvo a subirme al taburete, quito los fluorescentes, desenrosco, agarro la tulipa miro en su interior y, lo que me temía,  uno de los cables de la reactancia se había soltado. ¡Voto a bríos! Vuelvo a enroscar y sujetar al techo la tulipa, me bajo del taburete y busco un destornillador adecuado y un cúter para pelar el extremo del cable suelto. Vuelvo, me subo al taburete, desenrosco, sujeto la tulipa, agarro el cable con la misma mano que sujeto la maldita tulipa, cojo el cúter con la otra y trato de pelar el extremo del cable suelto; no solo no lo consigo sino que el otro cable, el que va a la toma de corriente, también se suelta y me quedo con él en la mano. Acordándome por primera vez de mi cuñado me meto el cable en el bolsillo, acoplo de nuevo la dichosa tulipa al techo, me bajo del taburete y pelo el cable por ambos extremos. Me vuelvo a subir al jodido taburete, desenrosco la dichosa tulipa, la sujeto con la mano izquierda, conecto el cable a la toma eléctrica con la derecha,  cojo el destornillador, aprieto el tornillo donde va alojado el cable, conecto el otro extremo a la reactancia ya sudando la gota gorda, lo consigo, encajo la tulipa al techo, cojo la tuerca para enroscarla al tornillo que la sujeta y...,  se produce la segunda catástrofe: la tuerca se me cae al suelo. Esta es la segunda vez que me acuerdo de mi cuñado. ¿Y ahora qué hago yo? –me digo. Llamo a mi mujer que está en la otra parte de la casa oyendo música y no me oye, ¡y eso que la llamé varias veces y a grito pelado! Así que no tengo más remedio que dejar pender la reactancia del cable que la sujeta a la toma de la corriente y bajarme al suelo a buscar la tuerca. No hago más que bajarme del taburete cuando escucho un golpetazo  a mis espaldas: ¿Que qué había pasado? Que el cable no había podido soportar el peso de la reactancia, se había soltado y había caído a plomo, menos mal que no me cayó en la cabeza, si no me avía.

   Recojo la maldita tuerca, recojo la reactancia asesina  y me acuerdo de mi cuñado por tercera vez.   Me subo otra vez al taburete, meto la reactancia en la tulipa y tras mucho esfuerzo consigo conectar el cable en su sitio de nuevo, pero no me salió gratis, pues el otro polo, el negativo, de tanto trasteo, se salió de la toma de corriente. Y vuelta a empezar. Desconecto el cable recién puesto, me bajo del taburete con la tulipa, la dejo sobre el mueble, me subo otra vez al taburete, pelo el extremo del cable, me bajo otra vez al suelo, cojo de nuevo la tulipa, me subo a la madre que parió al taburete, y sudando y acordándome de mi cuñado por cuarta vez consigo conectar ambos cables a la toma de corriente y a la reactancia. Resoplando como un remero coloco la tulipa de nuevo, enrosco la tuerca con un temor del infierno a que se me cayera otra vez, pongo los dichosos fluorescentes, me bajo del taburete, le doy al interruptor y que si quieres arroz  Filomena pa’comer (ya me da igual cómo se llame). Y me acuerdo por quinta vez de mi cuñado. Vuelvo a subirme al puñetero taburete, quito los fluorescentes, desenrosco la puñetera tuerca, cojo la tulipa, miro su interior y veo que todo está bien, todo está bien menos la reactancia, pues compruebo,  a punto de declararle la guerra al mundo, que está afectada en su parte plástica por el golpe. Y aquí me tenéis de nuevo desconectando la maldita reactancia mientras me acordaba ¿cuántas veces van ya?, de mi cuñado.

  Y no me queda otra que coger la reactancia, abrigarme y salir a la calle a buscar una ferretería para comprar una reactancia nueva. La compro por fin después de hacer cola diez minutos detrás de una mujer rumana que había comprado luces para una discoteca, vuelvo a casa y como mi mujer no puede ayudarme, escarmentado y temiendo que se pueda repetir la escena, llamo a un vecino para que me ayude. Y ya con él la cosa es diferente. ¿Por qué no lo hice antes? Pues ya sabéis, uno cree que lo puede  hacer solo, para qué voy a molestar a nadie... Entre los dos conectamos la reactancia muy bien, pues mientras él sujetaba yo conectaba, él subido en el  taburete de marras y yo  a una escalera para trabajar mejor, y así, mientras el sostiene la tulipa, yo conecto los cables, enrosco la tuerca al tornillo de la tulipa, coloco los fluorescentes, bajo al suelo, doy al interruptor de la luz y ¡oh sorpresa! ¡Se encienden!

   Se encienden, sí, pero mientras yo esperaba una luz como la misma luz del día aquello no pasaba de luciérnaga enamorada, un candil alumbraría más que los dos fluorescentes de mi cuñado, que se tenía que haber metido su idea debajo el ombligo,  así que no tuve más remedio que acordarme de nuevo de mi cuñado, subirme otra vez a la escalera, quitar los fluorescentes, aflojar la tuerca, coger la tulipa, retirar los cebadores especiales, poner los anteriores, volver a colocar la tulipa en su sitio, colocar los fluorescentes de toda la vida, bajarme de la escalera, dar al interruptor, comprobar con alivio que iluminaban como antes y dejarlo todo exactamente igual que cuando empezó la odisea después de dos horas de trabajo agotador.

   Cojo el teléfono, llamo a mi cuñado, y cuando descuelga le digo: «¡No se te ocurra traerme nunca más en tu vida un fluorescente, ¿te enteras?! Te los comes tú» Y colgué. Le di las gracias a mi vecino y le comento  «dos horas de trabajo para nada».  «No hombre, para nada no, me has dado la oportunidad de que te ayude». 

  Y al poco me llama mi cuñado y me dice: «Oye, que se me olvidó decirte que los fluorescentes leds no necesitan reactancia»


   ¡No me lo puedo creer! 

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