lunes, 4 de julio de 2016

YO MISMAMENTE

   Por si os aburrís, por si el calor os impide dormir, por si la noche se os hace larga, por si no tenéis mejor cosa que hacer, os dejo estas notas encontradas en una caja de cartón en un contenedor de basura. Las he dividido en varios capítulos que iré incorporando  a este blog semanalmente. Son escalofriantes. 






CAPITULO I

   Si leéis  esto es que ya no tiene  importancia que sepáis quien soy, lo que indicará que mi misión en la Tierra ha culminado con éxito. Os escandalizara, y  seguramente decepcionará, pero ya no puedo ocultarlo por más tiempo, prefiero que lo sepáis por mí antes de que  cualquier desaprensivo pretenda sacar provecho  de mi silencio: yo no nací en este planeta, mismamente es así,  soy un extraterrestre. Diréis que un extraterrestre no habla así, que mi forma de expresarme es propia de cualquier terrícola. Y lleváis razón, pero he aprendido muy bien vuestro idioma, y vuestra forma de plasmar en palabras lo que pensáis. Por cierto, y dicho sea de paso, pensáis poco y mal.

   Cuando llegué podéis imaginar mi asombro y mi miedo. Tuve que aprender sobre la marcha a sobrevivir en vuestras ciudades, a comportarme con arreglo a vuestras costumbres y formas de vida. Pronto supe que lo más importante para pasar desapercibido era disimular,  un concepto nuevo para mí.  Tuve que hacerlo porque mi comportamiento habría levantado sospechas, y aunque difícilmente habríais concluido que no soy de aquí, os habría resultado “raro”,  y lo raro os llama la atención, justo lo contrario de lo  que yo pretendía, pues para mí era vital pasar desapercibido.  ¿Imagináis lo que habríais hecho de mí si alguien hubiera llegado a sospechar que vengo de otro lugar del espacio?  Escalofríos  de sólo pensarlo.

    Aprender a disimular no fue fácil para mí, pues hacerlo supone, como vosotros sabéis muy bien, echarse en  brazos de la mentira, técnica de la que pasé a depender para poder sobrevivir. Fue, por extraño que os parezca, lo más duro para mí, y también lo más humillante. Yo nunca había mentido y al hacerlo me sentí fatal. No entiendo muy bien como soportáis la profunda humillación que supone engañar a otros, al contrario, os envanecéis de ello, de tal forma que es el burlado el que se siente humillado por no haber sabido detectar el engaño.

   Yo procedo de un mundo en el que nadie miente. No es que no exista la mentira, existe, pero como si no existiera, pues nadie ha encontrado la forma de evitar las consecuencias de mentir. El que miente sufre los efectos de su mentira ipso facto: decrece un centímetro, se hace más pequeño a la vista de todos. ¿Pensáis que eso es imposible? Pues no, no lo es, los científicos de mi planeta, tras estudiar los cambios que tienen lugar en el organismo cuando el individuo miente, que por si no lo sabéis son devastadores,  han sabido integrar los mismos en el sistema endocrino de tal manera que cuando alguien recurre a la mentira para obtener una ventaja de algo inhibe la segregación de unas hormonas y excita la fabricación de otras,  fenómeno que produce un encogimiento general del organismo que se traduce en una disminución de la estatura. En cambio, cuando se miente para evitar un mal mayor no pasa nada porque el organismo no sufre los cambios radicales que sí experimenta cuando miente a sabiendas para aprovecharse.  Así que si habéis concluido que en mi mundo hay muy pocos  bajitos estáis en lo cierto, casi todos somos altos, y las mujeres igual. Tenemos las mujeres más altas y esbeltas de la galaxia. En cambio los bajitos son sospechosos, por eso hay tan pocos.  Es una de las ventajas más visibles de no mentir, pero no la más importante. Imaginaos mi extrañeza y mi tormento. Mi extrañeza al comprobar que aquí se miente impunemente y nadie empequeñece, y mi tormento al no saber si en mi caso el efecto sería el mismo o, por el contrario, tendría consecuencias sobre mi estatura, fue bestial. No tuve más remedio que arriesgarme porque en un planeta como este, en el que mentir no acarrea consecuencias y decir la verdad te puede costar caro, ir con ella  por delante me habría comprometido. Ponderé, pues, la situación y llegué a la conclusión de que si mentía y me lo notaban el mal sería menor que si decía la verdad. Así que mentí sobre mi fecha y lugar de nacimiento y no disminuí ni un milímetro, de lo cual deduje que la Tierra es el planeta en el que mentir no sólo es natural sino que sale gratis. Es normal, pues, que todos mintáis sin excepciones, desde el más chico al más grande. Para vosotros mentir es un arma que utilizáis para sobrevivir, vuestra justificación es esa, lo que os lleva a no asumir responsabilidades de buen grado, lo cual me dio una somera idea de vuestra madurez y autoestima. El mecanismo es muy sencillo, enseguida lo comprendí: como mentir está detrás de vuestro instinto de supervivencia la mentira estaría justificada hasta cierto punto, pero una vez superada esta meta pasáis a una segunda que ya no es tan justificable, pues lo que pretendéis es garantizar la supervivencia. Hasta cierto punto es lógico, el problema es que como no hay recursos para todos recurrís a engaños más sofisticados y, cuando os fallan, a la violencia para obtenerlos, otra consecuencia más humillante aún del disimulo, humillante y degradante, pues a lo que aspiráis es  a vivir mejor que los demás a costa de que los demás vivan peor. Esta conducta supone llevar el egoísmo demasiado lejos, pues ya no se trata de sobrevivir, sino de vivir, y no de cualquier forma, sino de vivir bien, cuanto más mejor, sin preocuparos de quienes, debido a ello, vivirán peor.  Aquí está la raíz de  vuestro problema y por eso necesitáis un cambio de rumbo.  Por eso he venido. Deberé tener mucho cuidado en no convertirme en uno de vosotros, no sucumbir al dulce egoísmo que os aísla del dolor ajeno, pues entonces no habrá remedio para este planeta. 

Y en ello estoy.


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