domingo, 27 de diciembre de 2015

COMO SI FUERA LO QUE NO SOY






     Seguramente el mayor problema del hombre es que se ha debatido siempre, y lo seguirá haciendo, entre lo que es y lo que debiera ser, que lo ha llevado a cometer todo tipo de errores, locuras, injusticias y algún que otro acierto.

   El concepto de igualdad es uno de esos sueños que el hombre ha alimentado desde antiguo, motivado sin duda por la injusticia que supone que unos pocos gocen de todos los privilegios mientras muchos de ninguno, situación que, por no haber sabido corregirse, ha propiciado todo tipo de revoluciones, las más cercanas a nosotros y las más trascendentes fueron  la burguesa de 1789, conocida como la Revolución Francesa,  y más tarde la Revolución de Octubre de 1917, la de los bolcheviques,  que trajo la dictadura del proletariado, antesala del paraíso igualitario que terminó en pesadilla.

   Desde entonces ha llovido, ¿y qué ha quedado? Se ha implantado la democracia más o menos formal en gran parte del mundo, se han reconocido derechos y libertades formales, se ha reconocido la igualdad de todos ante la ley y se ha avanzado algo en el terreno de la justicia y el orden y en el bienestar social, pero en lo esencial seguimos estando donde estábamos: no somos iguales. No somos iguales en muchos aspectos, ni siquiera genéticamente lo somos, somos seres humanos, en eso sí estamos de acuerdo, pero luego cada uno es cada uno. O cada una, que es a lo que voy.

   Una de las luchas más recurrentes y persistentes de las distintas organizaciones que han abrazado la bandera de la igualdad ha sido la de conseguir la igualdad entre hombres y mujeres, de ahí nació el feminismo y demás movimientos culturales,  políticos, económicos y sociales, que luego se han concretado en multitud de diferentes feminismos. O sea, que pese a perseguir todos la misma meta cada cual lo hace a su forma, lo cual debería bastar para comprender que la igualdad es una utopía.

   El problema que yo veo en esto de la igualdad, que está muy bien, pues no se entendería que el hombre tuviera más derechos que la mujer por el simple hecho de ser hombre, es que aquí también se confunde el ser con el deber ser, cuando la realidad es que somos como somos y no podemos ser de otra manera. Si algo iguala a hombres y a mujeres es que son seres humanos, en esto no hay discusión posible, pero ¿qué caracteriza a un ser humano?: La contradicción. Todos buscamos lo mismo, la felicidad, pero cada cual la busca a su manera, y ahí ya empiezan los problemas que afectan a la propia responsabilidad, pues si bien nadie niega  que hombres y mujeres tienen derecho a buscar la felicidad,  si no son responsables y no ponen límites esa búsqueda la convertirán en una causa de infelicidad.

   Por tanto, podemos decir que somos iguales, pero en la práctica somos como somos, cada uno es cada uno, la mujer es la mujer y el hombre es el hombre. Y esto, mientras no seamos responsables, siempre será así.

  Podemos argüir que hay causas que nos hacen ser responsables por encima de nuestras particularidades. Puede ser que las haya, pero no nos engañemos, a la hora de la verdad arrimaremos el ascua a nuestra sardina aunque nos quememos. Ahí tenemos, sin ir más lejos, la situación creada en España después  de las elecciones del 20D, en que lo que debiera imponerse es  la responsabilidad de todos para hacer gobernable el país teniendo en cuenta los intereses generales de todos los españoles, pero como todos quieren el poder para imponer su programa y disfrutar de los privilegios que otorga el poder, su sentido de la responsabilidad no va más allá de manifestar su predisposición al diálogo, pero ni el PSOE de avendrá a pactar con el PP, ni Podemos permitirá que el PSOE gobierne con su apoyo si no acepta sus postulados programáticos, ni por supuesto Ciudadanos apoyaría un gobierno de PSOE-Podemos si estos no renuncian a las líneas que son básicas para ellos y tabú para aquellos.  Y como no se pondrán de acuerdo habrá que ir a nuevas elecciones, pues la única forma de que no las haya es que PP y PSOE pacten un acuerdo. Y no lo harán porque para el líder del PSOE Rajoy es un “indecente” y para Rajoy Sánchez es un “miserable ruin”. Y mientras los nacionalistas y demás fuerzas anti sistema frotándose las manos de gusto. ¿Dónde está el sentido de la responsabilidad? 

  Así que podemos seguir diciendo que somos iguales, pero cada uno es cada uno.

    
   
  

martes, 29 de septiembre de 2015

EL FUEGO Y LA PALABRA

















—“El amor está ligado al fuego y a la palabra, la palabra logra conmover, prende el fuego de las emociones e inflama nuestra mente, ilumina una fe que brota a su  influjo y transforma nuestro código genético predisponiendo todo nuestro ser a actuar, materia  y espíritu se identifican y dan  lugar a un poderoso sentimiento que el  fuego de la palabra prendió: el amor”.

   —¿De quién  has aprendido eso? –preguntó ella.
   —De Dios –respondió él.
  —¿Tú crees en Dios? –volvió preguntar ella.
  —Claro –afirmó él-  por Él creo en ti.
  —¿De verdad  crees en mí? –ilusionada ella.
  —Si no creyera en ti no hubiera aceptado  la manzana.  


  

jueves, 2 de julio de 2015

SUPONGAMOS




Hablaban dos amigos mientras desayunaban a la barra de un bar: 

—Supongamos –decía el primero tratando de hacerse entender- que una rosa no es una rosa, supongamos que un clavel no es un clavel, que los geranios son pimientos y los lirios coliflores. ¿Habría sido García Lorca poeta? Supongamos –continuó- que una flor es una col, supongamos que en lugar de flores solo hubiera berzas, y en lugar de colores, malos olores. ¿Existiría la poesía? Supongamos –prosiguió tenaz- que te casas y que la novia en lugar de un ramo de flores lo lleva de lastones, ¿le dirías sí en el altar? Y puestos a suponer, supongamos que la mujer es una zarza, ¿te casarías con ella? 

El amigo lo escuchaba con la admiración de quien oyera a un mudo hablar. 

—¿Adónde quieres llegar con tus esperpénticas suposiciones? –le preguntó alarmado. 

—No lo sé muy bien, tal vez quiera convencerte de que no valoramos lo que tenemos–respondió. 

—¿Y? –siguió inquiriendo el amigo dando a entender que su respuesta no le había conmovido. 

—Pues que todo lo que nos rodea es un milagro y sin embargo no creemos en los milagros–redondeó- ¿o acaso una rosa no es un milagro?

—Lo sea o no ¿adónde nos llevaría eso? –se interesó ahora el amigo. 

—Nos llevaría a que si la estupidez no fuera la característica más destacada de la personalidad humana le daríamos más importancia al acto de regalar una rosa que a construir pirámides –argumentó de nuevo el amigo que suponía por suponer dejando al otro in albis. 

—¿Y qué tendría de particular pensar así? –quiso saber el amigo cada vez más convencido de que el otro había tenido una mala noche. 

—Pues que Marilyn Monroe no se hubiera suicidado –afirmó con un aplomo que volvió a admirar al otro. 

—Y quién dice Marilyn dice Cleopatra… -apostilló el amigo con cierta coña.
Pero el que hablaba de suposiciones no se dio por aludido. 

—Sí, y Violeta Parra, y mi hijo..., pero sobre todo evitar que un ser humano pueda decir esto: «Madre, también yo quisiera ser mujer. / …para sentir en mi interior / la necedad terrible de haber traído al mundo a esta bestia maldita, / y perdonarte, madre1».

—¿Por qué? –quiso ahondar ahora el otro, ahora sí, conmovido. 

El amigo que inició la conversación miró a su amigo, respiró hondo, y con gesto melancólico y resignado, repuso:

—Porque el hombre busca, y busca, pero no encuentra su alma, esa rosa inmarchitable que empequeñecería a la mayor de las pirámides.
1.- Tomás González.

jueves, 9 de abril de 2015

MUJERES






    Mujeres, la realidad es que no podemos  pasar sin ellas. Es tal vez en esta verdad  donde se apoya  el mito de que son nuestra otra mitad.  No es cierto, en esta vida cada cual va  lo suyo y si no se respeta esto, si sus individualidades no cuadran, no hay pareja.

     Los antiguos sabían mucho de esto, pero la inteligencia y la sabiduría fallan a la hora de juzgar a las mujeres.  Las soluciones  que se han propuesto para tratar de conjurar los peligros que supone la infidelidad de la mujer se han centrado en controlar su vida y asignarle un roll secundario en la vida social,  partiendo del manido dicho popular “quien evita la ocasión evita el peligro” que, llevado a sus últimas consecuencias, resultaría que toda actividad humana, incluso no hacer nada, es un peligro. Otra estupidez mayúscula, pues de esta filosofía se han derivado todo tipo de abusos encaminados todos a sojuzgar a la mujer, provocando con ello más sufrimiento en la sociedad. Les pusieron un velo y ocultaron su rostro y su figura, las encerraron en casa, les prohibieron salir a la calle solas…, pura hipocresía que provocó tragedias como la que narra Fernando de Rojas en La Celestina, paradigma de la necedad humana, que pone todos los medios para impedir que algo ocurra y  lo que consigue es provocarlo.  De la situación de la mujer en el mundo árabe, mejor dejarlo.

     Pareciera que los hombres, a lo largo de la historia, hubieran hecho de su despecho contra la mujer toda una doctrina adrede para oprimirla por el mero hecho de serlo, ubicando su honor en ellas, creyéndose su propia mentira y, para justificarse, llegaron a apoyarse en la misma Biblia que interpretaron a su modo, a medida de sus intereses.  Uno se avergüenza de ser lo que es cuando lee la historia y comprueba el trato degradante e inhumano a que ha sido sometida la mujer por los estamentos de poder a la que responsabilizaron de todos los males de la sociedad para ocultar sus miserias y salvaguardar su mancillado  honor. Si en algún aspecto de la vida puede evidenciarse lo infinita que es la estupidez humana es en el modo en que el hombre ha intentado resolver el problema de la relación con la mujer, pues no ha sabido encontrar otro camino que el de pisotear su dignidad para garantizar la suya.

   Debido a la enorme influencia que adquirió la Iglesia católica tras la caída de Roma, el matrimonio se instituyó como un sacramento en el que se le asignaba a la mujer el peor papel, pues habría de sacrificarse para que el hombre brillara.  Fue la forma que se impuso en occidente y que luego se extendió a casi todo el mundo,  pero lo común era que la mujer siempre ha estado sometida a la voluntad del hombre en todo momento y sujeta a sus caprichos. Sobre esta injustica se ha apoyado la estabilidad familiar y su funcionamiento.   Si la mujer fallaba el matrimonio se venía abajo y la familia se deshacía, solo que antes la mujer tenía que aguantar, no podía separarse de su marido, y si fallaba en su papel ya sabemos lo que le ocurría.

   Hoy no podemos afirmar de forma categórica que esta sociedad sea más justa que aquella,  pues la justicia tiene mil caras y la injusticia  se da en todas las sociedades y en todas las épocas, pero al menos, sobre el papel, la mujer hoy goza de unos derechos que jamás antes le habían sido reconocidos. En esto, al menos, sí hemos avanzado, pero en lo esencial estamos donde estábamos, hemos aprendido poco a convivir, seguimos siendo presa de los mismos pecados, sabemos más, pero no somos mejores –como ejemplo de ello, los que llevaron a cabo el genocidio judío leían a Shakespeare y Platón, y su jefe, Hitler, leía a Schopenhauer y a Nietzsche, y Stalin, tal vez el mayor criminal de la historia, leía de todo, era poeta y escritor, un hombre culto en definitiva, y sin embargo un asesino frío y calculador que cuando agonizaba, por puro miedo, nadie se atrevió a acercarse a él. Ni siquiera su médico-.

       La mujer, pues,  sigue siendo explotada de una forma u otra, es utilizada por organizaciones criminales sin escrúpulos que la prostituyen para su lucro personal, es discriminada en el trabajo, sigue recayendo sobre ella el mayor peso de la educación de los hijos y su cuidado, sigue soportando la prepotencia del hombre y su maltrato que llega hasta quitarle la vida cuando el vínculo que los unía se rompe.  Es decir, que el hombre ama a la mujer al mismo tiempo que le otorga un estatus inferior, y esta realidad, cuando se pone de manifiesto, provoca el drama, la separación traumática y, a veces, la tragedia.  Así ha sido a lo largo de la historia.   Cuesta trabajo creer que se pueda amar a una mujer y al mismo tiempo maltratarla. Así de contradictorios  y duales somos.



sábado, 14 de febrero de 2015

AMOR

  Hoy, día de los enamorados, ¿qué mejor que lo celebremos en este blog con un relato sobre el amor?   Vamos a ello. 



En cierta ocasión leí un cuento en el que un muñeco de nieve –la nieve es el lirio de la Navidad-, se enamora de la muchacha que le dio forma y modeló su rechoncha y familiar figura.  Movido por su amor transformó el vacío de su pecho  en un corazón de hielo transparente y puro. Era tan grande  que su ánimo, incapaz de soportar el suplicio de la ausencia y el tormento del silencio, derritió su cuerpo de blancura iridiscente en un alarde de pasión desbordada.  Cuando, al día siguiente,  la muchacha se acercó confiada  a recrearse con su obra, sólo encontró en su lugar el sombrero y la bufanda roja en medio de una mancha húmeda en el suelo. Lo demás se lo había tragado el sumidero de una alcantarilla.
 
   Así terminaba el cuento, sin aclarar qué fue de la chica. Yo me pregunto, ¿qué pensaría?  ¿Intuyó lo que había pasado o simplemente se encogió de hombros y se preparó para hacer otro muñeco? ¿Se interrogó acerca de la naturaleza del sorprendente e inexplicable fenómeno o lo achacó a cualquier accidente azaroso? ¿Realizó alguna averiguación, se interrogó a sí misma, imaginó las causas...?  Particularmente me inclino por esta última posibilidad. El amor deja siempre una estela por donde pasa, un perfume, una impronta. Si alguien puede percibir la huella del amor de una manera nítida, es una mujer.  Es más, el fenómeno tenía todos los síntomas de ser un prodigio y, como todo el mundo sabe, y apuesto a que la muchacha también,  los prodigios sólo pueden tener como causa el amor.  He aquí  la respuesta:
   
   La joven experimentó al principio la incredulidad propia de lo descabellado, luego el desconcierto ante lo evidente y, por último, el estupor de lo increíble. Se sintió invadida por la tristeza y, finalmente, por el dolor. La  vieja bufanda mojada en medio del rodal de humedad, el surco del agua enamorada sobre la nieve, las fauces negras del sumidero, las últimas gotas precipitándose al abismo..., restos de un naufragio que ella había provocado, le acusaban.  Había realizado su obra a impulso de una ilusión infantil, como un juego,  sin más pretensiones que gozar de su destreza y divertirse modelando. Y se despreocupó, la olvidó a su suerte.  Pero fue tal su ternura, el primor que puso en su empeño que, a su influjo, la ilusión del muñeco por sentirse amado se coló de rondón en su cuerpo inerte y, algo muy parecido a un corazón limpio y puro, empezó a fraguarse en su pecho donde, subrepticiamente, prendió la llama del amor. Luego, lo dejó que se consumiera de soledad y de nostalgia.  Su complacencia le impidió leer la tierna expresión de su cara, la intensidad de su mirada, la ansiedad de su gesto. Y ahora, queriendo enmendar su frivolidad desde la desolación de su recuerdo, desde su dolorida y aleccionadora experiencia, lo llamaba en silencio, ahora, cuando ya no había remedio.

   Ante ella se abría el hueco de lo ausente, de lo que fue y ya no era, efímera existencia blanca, objeto inanimado transformado en sujeto enamorado por su causa, contingencia ni por piensos imaginada: desconocía la fuerza del amor que puso en su obra sin proponérselo. Su ingenuidad provocó la catástrofe. ¿Debía sentirse responsable? ¿Por qué era todo tan complicado?  En algún momento se sintió una Lolita  sorprendida de sí misma.

    La nieve comenzó a caer de nuevo. El cortejo de lágrimas incólumes cubrió pronto el rodal húmedo convirtiéndolo en recuerdo. Sólo la bufanda roja seguía allí, ya semioculta. En un impulso repentino se agachó a recogerla descubriéndola con lentitud, casi con mimo. Se acercó al desaguadero del colector y, con gesto ausente y exquisito cuidado, la coló  entre los barrotes de la rejilla en lo que pretendía ser un último gesto amoroso de homenaje y de emocionado adiós, un intento, no de remediar lo que ya era irremediable, sino de ponerle  un digno epitafio de reconocimiento postrero a quien, por amor, había renunciado a sí mismo.  Abrígate –pensó más que susurró.

   Al incorporarse se dio de bruces con la realidad.  Un policía municipal se acercó a ella.
   -Señorita –le comunicó llevándose cortés la mano a la gorra- me veo en la obligación de denunciarla por arrojar objetos al interior del alcantarillado susceptibles de causar una obstrucción. 

   Mientras el agente anotaba sus datos, la nieve caía y caía. Ella, de vuelta a la realidad,  enrojeció de vergüenza y desconcierto.  No sabía si ponerse a reír o a llorar, pero para sí pensaba que las cosas que nacen a impulso del amor solo las entiende quien ama, ¿cómo explicarle al municipal que su acto no era una gamberrada sino un acto de amor? Se la llevaría a salud mental.


viernes, 6 de febrero de 2015

REFLEXIONES SOBRE LO BELLO Y LO FEO, LO MALO Y LO BUENO, LO DE AQUÍ Y LO DE ALLÁ




  Nuestra convivencia está asentada sobre la fraseología. Una frase, una simple frase o una palabra que resume una frase es capaz por sí sola de suscitar las más encendidas polémicas. A partir de una frase puede comenzar todo un movimiento que puede trastocar todas las teorías que sobre una determinada materia haya establecidas o la concepción  que se tenga  sobre una determinada creencia o sistema de creencias. Nuestra historia está llena de frases que en su día fueron la semilla para cuestionar toda una filosofía o desvirtuar un concepto, principio o credo. Hay frases que pueden cambiar una vida y frases que pueden cambiar una sociedad, esto lo saben muy bien y lo utilizan para su propio provecho,  quienes ostentan el poder y quienes aspirar a ostentarlo o detentarlo, los propagandistas de todo tipo, los publicistas y los vendedores de humo, los comunicadores sociales y los políticos de toda laya, los malos y los buenos, los necios y los listos, los  maliciosos y los bienintencionados. ¿Cómo cabe interpretar la frase “la religión es el opio del pueblo” que dijera Marx? ¿Bienintencionada o mal intencionada? Por cierto, hoy nadie la dice ni cree en ella –excepto los recalcitrantes, claro-, pero cambió el mundo, no precisamente para bien, pero si la comparamos con esta otra, que también lo cambió, seguramente tendremos más elementos de juicio para saberlo: “no mires la paja en  ojo ajeno sin ver la viga en el propio", que dijera Jesús, o esta otra que también dijo él: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Son frases que calan, llenas de sentido común y humanidad.  

  Esto es así, pero no es menos cierto que  todo es según el color del cristal con que se mira, lo que quiere decir que cada cual interpreta a su modo aquello que somete a su juicio, por tanto una frase puede ser interpretada de diversas maneras, incluidas las sesgadas y torticeras, sin que necesariamente nada tengan que ver con la significación que pretendió darle el autor, que a veces es intencionadamente equívoco.  Ante esta realidad cabe preguntarse ¿es bueno o es malo que esto sea así?  

   Uno podría zanjar el asunto respondiendo que no es bueno ni es malo, es sencillamente inevitable. Lo malo es que esto nos aclara poca cosa de la cuestión suscitada, por tanto creo que vale la pena embarcarse en la aventura de intentar responder de alguna forma.  Y digo de alguna forma porque elija la forma que elija siempre habrá quien esté de acuerdo y quien disienta absolutamente.

   Estos temas eminentemente polémicos siempre dejan en quien los aborda la duda de si habrá acertado en su exposición, sobre todo para que no sea  la causante del desacuerdo. De ahí que me sorprenda la cantidad de personas que hablan sobre ellos con la seguridad absoluta de quien tiene la verdad de su parte, y claro, no tengo más remedio que desconfiar de ellas y de lo que dicen.

   Pero volviendo a la pregunta lo primero que se me ocurre para responder a ella es hacer una nueva: “¿Es bueno o es malo que junto a lo bello exista lo feo?” Una pregunta, por otra parte, que se responde por sí misma, pues lo malo y lo bueno siempre han ido juntos, son inseparables, por tanto el sentido común nos dice que aunque no sea bueno debe de ser necesario. Esto no obsta para que, si nos dan a elegir entre algo bello y algo feo incuestionablemente elegimos lo bello, y que si analizamos por separado ambos conceptos la belleza ganará por goleada a la fealdad, siempre y cuando tengamos claro la calidad de una cosa y de otra.  Ahora bien,  si nos dan a elegir dos cosas igualmente bellas, pero distintas entre sí, la  elección ya no será tan clara, puesto que en ambos casos encontraremos razones para elegir cualquiera de las dos, ¿cuál, pues, elegir? En condiciones “normales” nos daría lo mismo elegir una que otra, pues son igualmente bellas, pero la naturaleza del hombre está mediatizada por su vida, por sus propias experiencias, y serán estas, no la belleza en sí,  las que inclinarán la balanza en uno u otro sentido, si tenemos esto claro también sabremos que no ha sido la calidad de más o menos bello el criterio que nos ha movido a elegir, sino nuestra propia subjetividad,  nuestra experiencia vital,  aunque sepamos que no es  la decisión más acertada. ¿Qué nos dice este ejemplo? Sencillamente que, independientemente de que lo bello sea deseable a lo feo, nos inclinamos por lo feo si lo bello lo encontramos detestable, por lo tanto a la hora de elegir no ha sido la razón la que nos ha llevado a hacerlo,  simplemente nos hemos dejado arrastrar por nuestras emociones. Un ejemplo: ¿Cómo se explica que aún existan partidarios del comunismo  si está más que demostrado que el comunismo ha sido uno de los mayores fiascos de la historia del hombre  que además ha causado el mayor sufrimiento, ha sido regido por auténticos asesinos en serie y no ha resuelto ninguno de los problemas  que pretendía resolver?  La misma pregunta cabe hacerse respecto de los independentistas catalanes en este momento, que saben que lo suyo es pura utopía y que la independencia de Cataluña no es viable, pero es que aunque lo fuera, no es deseable.  La cuestión solo puede responderse ponderando las pasiones humanas que llevan a elegir lo peor con tal de no admitir que “lo otro” es mejor. Entran en liza el odio, el falso orgullo, el resentimiento, la manipulación, el adoctrinamiento, el menosprecio, los intereses…  

   La lección que nos da esta realidad es que lo bello lo es por conocimiento y existencia de lo feo, de tal forma que para justificar su elección lo que hace es destacar y criticar lo feo de lo bello, puesto que lo feo no puede defenderse por sí mismo. Ejemplo: ¿cómo justifica el terrorismo su nefanda actividad? Lo hace recurriendo a agravios pasados, y si nos los hay los inventa, criminalizando a sus víctimas para presentarlas socialmente como odiosas y merecedoras de la muerte, mientras que reaccionan como áspides cuando la víctima es alguno de ellos. En el fondo saben que el fin nunca justifica los medios, por tanto tienen que justificarse presentándose como víctimas y a sus víctimas como repugnantes verdugos.  Pero el terrorismo no puede defenderse como un bien, ni siquiera como un mal necesario.

   ¿Es bueno o es malo que el hombre interprete subjetivamente la realidad? Es bueno en la medida en que acepte que su interpretación de la realidad no es universal, que la realidad puede interpretarse de diferentes maneras  y que lo que realmente importa es defender una realidad en la que la inmensa mayoría se sienta aceptablemente integrado y cómodo, no imponerla ni manipularla para conseguir que la realidad que él interpreta se imponga a la otra sin que sea mejor, solo porque no se encuentra cómodo en ella por las causas que sean. Es aquí donde entra en escena la fraseología y los eslóganes para confundir a los indecisos, a los débiles, a los que ignoran de qué va esto y alimentar a los propios. Pura propaganda, intoxicación y manipulación de masas, pues así como conocemos lo bello por la existencia de lo feo,  no está tan claro que sea necesario el mal para valorar el bien, es decir, que lo malo y lo bueno pueden confundirse para quien no tiene clara la diferencia si alguien es lo suficientemente hábil para presentar lo malo como bueno. Y viceversa.  Al fin y al cabo lo malo y lo bueno también se prestan a interpretaciones.

   Por tanto, existe un riesgo cierto de  que elijamos lo malo por creer que es bueno y rechacemos lo bueno por creer que es malo si no tenemos claro que el mal se enmascara para pasar por bueno.  Por tanto, no se puede confiar en quien solo señala el mal ajeno y se aprovecha de él para aparecer ente todos como el único que puede acabar con sus abusos, pues además de mentir como un bellaco, no le mueve el interés general, sino el suyo particular y de quienes están con él.  En esta sociedad y en este mundo y a estas alturas del partido, que alguien aparezca con monsergas salvadoras prometiendo lo que no está en condiciones de dar, es obsceno.


jueves, 22 de enero de 2015

UNA REUNIÓN DE MIEDO



   


   Como cada año, por Navidad, el grupo de nueve amigos que fueran compañeros de universidad se reunían para comer  juntos y celebrar que seguían vivos, todos casados y con hijos, pero cuando se reunían diríase que transformaban su estado en otro.

  Los abrazos, las exclamaciones de alegría, las bromas, los chistes, el recuerdo de viejas anécdotas, como la protagonizada por Ángel, al que con una coña de carnaval le recordaban su manía de buscar a un cura para confesarse cada vez que se iba de putas, y este les preguntaba con la misma ironía si recordaban la noche que quedaron encerrados en la Almudena buscando una feligresa buenísima, para luego pasar a repasar la actualidad y lamentar el mal ejemplo que daba la clase política y proponer medidas drásticas para volver a los principios.

   Todos tenían carrera y una buena cuenta corriente a pesar de que no defraudaban a Hacienda.  Eran  abogados, empresarios, economistas, altos funcionarios…, y todos de izquierdas, todos menos uno, la oveja negra, que era de derechas, todos en activo y con unos emolumentos de consejeros. Como era preceptivo después de un año sin verse tenían que responder a la pregunta,  siempre la misma, de cómo les había ido no obstante estar al tanto salvando los detalles,   que era respondida por todos con los tópicos de siempre: “fatal, yo he tenido un año fatal, pero aquí estoy…”El mío no ha ido mal, podría haber ido mejor, pero…”, “no me puedo quejar, aunque…”, “pues este  ha sido un buen año para mí, excepto por…”,  etc.
   Pero ese año, llegada la sobremesa, iba a surgir una nueva pregunta, algo que nunca había ocurrido en sus reuniones anuales. El menos hablador, el que escuchaba más que charlaba, el que era de derechas sin que ello fuera obstáculo para saborear la cocina de izquierdas, propuso que cada uno respondiera a la siguiente pregunta: “¿Cuál es vuestro mayor miedo?”

   Su propuesta, por lo inesperada, generó un denso silencio, unos segundos durante los cuales sus rostros cambiaron de expresión. Luego todos rieron la ocurrencia, pero al final hubo ocho respuestas. El primero dijo: “Mi mayor miedo es perder mi trabajo, no sé hacer otra cosa”. El segundo: “El mío es perder a mi mujer, no sabría qué hacer sin ella”. El tercero: “Si algo me da miedo en esta vida es a perder a mi hija, no lo soportaría”. El tercero: “Para mí no hay mayor miedo que perder la memoria y no saber quién soy”. El cuarto: “Mi mayor miedo es aquedarme sin argumentos durante un juicio”. El quinto: “Mi miedo es que un día pueda arruinarme”. El sexto: “Perder el cariño de los míos, ese es mi mayor miedo”. El séptimo: “Si a algo le tengo miedo en este mundo es  a caer en un pozo, lo he tenido desde niño”. El octavo: "A perder los papeles y no saber justificarlo". 

   Cuando los siete expresaron sus miedos  quisieron saber cuál era el miedo del ponente, el cual los miró a todos y con gesto grave y melancólico, dijo: “Tengo miedo a que en el momento de morir me dé cuenta de que me he equivocado”.  Que los dejó a todos sin habla.

     Historia verídica que me contó mi padre y que yo la cuento tal cual, nunca me dijo el nombre de quien formuló la pregunta, solo me dijo cómo se llamaban los ocho: José Luís, Julio, Ángel, Baldomero, Tomás,  Juan Antonio, Rosendo, Emilio y mi padre,  Daniel.  

lunes, 5 de enero de 2015

LA FACTURA DEL PASADO





    Como ejercicio de higiene cívica me apetece, hoy día de Reyes, y siquiera someramente,  repasar  con sentido crítico lo que ha dado de sí el año que ha pasado –aunque debería hablar en plural, pues la cosa viene de lejos-  y lo que pueda depararnos el que recién acaba de empezar.   Sin pretensiones.

   He de decir de entrada que  el 2014 ha sido un mal año en general, aunque  para mí fue mucho peor el 2013.  Del 2014 no me gusta ni su enunciado,  un año como para que cada vez que  oigamos  hablar de él nos echemos inmediatamente las manos a los bolsillos, pues si  quienes más obligación tenían de sacarnos adelante y hacernos la vida pelín más llevadera nos han hundido  en la miseria, ¿qué cabe esperar de los subalternos? En el 2014 se ha cumplido  la  contradicción más temida: que han sido los lobos los que han cuidado de los corderos, que   los padres de la patria, los llamados “padres de la patria”,  se han comportado  en realidad como padrastros.

    Nadie con obligación de hacerlo dio la voz de alarma, nadie avisó de que venía el lobo, lo cual no tiene otra lectura que la de afirmar que todos eran lobos e hicieron la vista gorda, y si la hicieron es que también sacaban tajada. O son unos cobardes, que también puede ser y que es mucho peor. O todo a la vez.    ¿Y ahora qué nos queda aparte de avergonzarnos?  Pues el derecho al pataleo, decirles en la cara que lo han hecho fatal, que eso no se hace, que  no solo no se han ganado el sueldo que cobran sino que no han hecho los deberes, que para estar donde ellos están hace falta dar ejemplo, no irse de putas y luego disimular en el Congreso   priorizando disputas estériles sobre si tú más que yo y viceversa en lugar de gobernar, convirtiendo nuestra democracia   en la casa de Tócame Roque, lo que ha propiciado que el río bajara revuelto y pescaran en él los oportunistas, los antisistema, los enemigos de la democracia,  que es lo que ha hecho   “la casta nacionalista”, los que se definen a sí mismos como “los de casa”, que han entrado a saco a sacar su tajada particular olvidándose de gobernar con tal de debilitar a Estado, que es lo que a ellos  les conviene y añoran. Es decir, que en lugar de ponerles las cosas difíciles, nuestra clase política, la que hemos votado para que defiendan los intereses generales y no los propios, se las ha facilitado poniendo al Estado en un brete. No es admisible, no,  que una parte del Estado que se financia con dinero de todos gobierne en contra del mismo Estado que lo mantiene y le exija que le reconozca un “derecho a decidir” al que no tienen derecho y no sepan callarle la boca o pararle los pies. Se presentaban como los más íntegros de la manada, los más limpios,  cuando les llegaba la mierda a la barbilla. No me imagino la cara de bobos alucinados que debieron de poner cuando saltó el escándalo de la familia Pujol con el “Honorable” como mascaron de proa –y eso que el caso Palau, aún en fase de instrucción, no ha estallado todavía en toda su intensidad, pues cuando lo haga va a manchar de mierda hasta al apuntador,  y los Prenafeta y Alavedra aún no han dicho ni mu-, ellos, los limpios de polvo y paja, los que se avergüenzan de mirar su DNI y ver escrito en él la palabra “España”, un Estado opresor y corrupto,  cuando de lo que deberían avergonzarse es de haber convertido a la verdad en una intrusa y dar ejemplo.

   Ante tanto dislate ¿a quién le extraña que surja de la nada el movimiento  “Podemos”,  quien con un programa infumable  han sabido capitalizar el descontento general  y se ha puesto a la cabeza de la carrera? Es la prueba más palpable de la profunda decepción de la ciudadanía, harta de que sus votos solo valgan para enriquecer a la “casta”. Y es lógico. Como también lo es que haya surgido “el pequeño Nicolás”, ese  pícaro actualizado propio de la novela “El lazarillo”, que a base de mucha cara y una estudiada verborrea ha sabido colarse  en el banquete de rondón, una alegoría perfecta de lo que ha venido pasado todos estos años, siendo tal vez el ejemplo más claro el de Andalucía con  los ERE, que todo el mundo sabía lo que estaba pasando y nadie decía nada, pues todos chupaban.  No es de extrañar, por tanto, que  ahora traten de hacerle la vida imposible a la juez Alaya en lugar de facilitarte su trabajo. ¿Qué queda de esos famosos “cien años de honradez”?   ¿Esta es la clase política que nos ha gobernado y nos ha dicho que todo iba bien?  Con su derecho al pataleo la ciudadanía ha encontrado en Podemos, cuyos dirigentes están más cerca de los terroristas que de sus víctimas, más cerca de regímenes totalitarios que de sistemas democráticos, nunca olvidemos esto, la fusta perfecta para castigar a “la casta”. Es lógico y saludable.

   Un ejemplo, solo uno, de que esos a los que el partido de moda ha bautizado como “la casta” han estado mirando al tendido todo el tiempo es lo que ha dicho el Presidente del Tribunal Supremo cuando afirmaba que nuestra legislación en materia procesal está preparada para combatir a los robagallinas, no a las enrevesadas tramas de la corrupción de nuestros días. Deberían de avergonzarse que un miembro de uno de los poderes del Estado diga eso.  

   Ante todo ello, el Estado se ha vuelto más líquido aún. Si antes era gel de baño ahora es  nitroglicerina, ya nadie cree en nadie ni confía en nadie, lo atestigua lo que ha pasado  con el feo asunto del ébola.  Fijaos el escandalazo que se produjo por el contagio accidental de Teresa Romero,  la enfermera del hospital  Carlos III, cuyo caso ha sido utilizado por todos para cargar contra el Gobierno de manera inmisericorde, cosa que hubiera pasado igualmente gobernara  quien gobernara, hasta el perro de la afectada ha sido instrumentalizado para cargar contra el ejecutivo por haber sido sacrificado como medida precautoria. Esto, en circunstancias normales,  no hubiera dejado de ser un incidente que como mucho habría obligado a dar alguna explicación al ministro/a del ramo, pero en las actuales ya no se pasa una, y no es que no deba ser así, debe de serlo, es que el mal de fondo que generan estas cosas, que se traducen en descontento cuando no en cabreo, puede ser aprovechado, y de hecho lo es,  por los que esperan su oportunidad agazapados tras su mampara ideológica, pero sin una sola idea nueva, para hacer su agosto particular,   lo cual es preocupante, pues el Estado puede llegar a ser ingobernable. Que quien siembra vientos recoge tempestades se cumple aquí a la perfección.

   Ya nada será igual, el daño causado ha sido inmenso, la poca inocencia que nos quedaba ha sido arrasada por el vendaval de barbaridades cometidas, por la cantidad de esperanzas traicionadas, por lo que nos costará  recuperar la confianza perdida y  por lo que sufriremos hasta conseguirlo.  Pero no queda otra que seguir adelante, pues quien no come después de harto no trabaja después de cansado. A buen entendedor…

   De cualquier forma, y aunque no valga de nada,  no estaría de más que le pidiéremos a los RRMM que inocule en nuestros políticos el virus de la honradez y  la sensatez necesarias para que lo que ha sucedido no vuelva a suceder nunca más.