martes, 19 de noviembre de 2013

UNA VOCACIÓN FRUSTRADA (III)







  A mí el instrumento que me gustaba era el clarinete, ignoro la razón por la que me sentía atraído por él, era algo especial. Si hubiera sido por su sonoridad, lo lógico es que me hubiese inclinado por la trompeta, que también me atraía, pues tenía  un sonido brillante que resaltaba por encima de los demás, un instrumento insustituible que se presta al lucimiento como pocos, bastante más que el clarinete, que es mucho más discreto y menos verbenero que la trompeta. Yo veía en el clarinete al perfecto caballero que allí donde va procura pasar desapercibido, pero si falta todos lo echan de menos. 


   Esta y no otra debió ser la cualidad que más me atrajo del clarinete, un instrumento mucho más recatado que la trompeta, aunque  con más presencia y prestancia que la flauta, que sólo podía oírse cuando los demás instrumentos enmudecían, lo cual no dejaba de ser una pena, pues su sonido es agradable y ensoñador.  Me recordaba a las violetas, unas florecillas de un perfume embriagador, pero ocultas y difícil de encontrar. Sin embargo qué curioso, Bach compuso –de qué cosas se entera uno al cabo del tiempo- una música para ¡órgano y trompeta!, la coral BWV 645. El órgano y la trompeta mano a mano, no me lo podía imaginar, un instrumento verbenero compitiendo con uno concebido para tocarle a Dios. Claro que bien pensado ambos son instrumentos de viento y de metal. Lo que pasa es que yo siempre he asociado el órgano a la iglesia y la trompeta a la fiesta. 


   Pero no sólo me atraía el clarinete, había otros instrumentos que eran también objeto de mis preferencias, pero ninguno como el saxo. Y entre ellos, el tenor (el barítono no llegué a conocerlo). A mí el saxofón tenor me imponía, su sonido me inspiraba una mezcla de fascinación y respeto casi reverencial, muy parecido al que me causaba el cura, un tenor de la palabra que cuando se subía a púlpito y desplegaba su labia embelesaba a respetable cual encantador de serpientes. Un fenómeno de la naturaleza. Hoy, cuando oigo temas como Take five, de Dave Brubeck Cuartet, o In The Mood, de la orquesta de Glenn Miller, me embeleso oyendo el sonido de los saxos, me fascinan. 


   Sí, fue una verdadera lástima que mi aproximación a la música estuviera desprovista de la magia que la rodea. Para cuando yo descubrí a Mozart y a Bach mi vida estaba ya encarrilada en una determinada dirección y apartarse de ella no entraba en mis cálculos. Aunque también eché de menos a la persona que surge en determinados momentos de tu  vida y te dice: esto es lo tuyo. Lo eché de menos tanto en el terreno musical como en el personal. 


   Bach me cautivó, Mozart me enganchó. A mi mujer y a mí nos gustaba tanto Bach que el día de nuestra boda le pedimos al organista que nos tocara La Tocata y Fuga en lugar de la Marcha Nupcial. Yo no tenía ni idea de lo que era el contrapunto, pero oyendo La Tocata y Fuga se aprende sin necesidad de más explicaciones. Y la fuga, tres cuartos de lo mismo. La audición de esta excelsa composición musical tiene más carga emotiva y espiritual que mil homilías del “Tenor de la palabra”.  Sólo un genio puede crear algo semejante. No me canso de oírla. 


    En cuanto a  Mozart, el genio de Salzburgo, tuve mi primer contacto con él a través de uno de sus muchos divertimentos, algunos de los cuales se popularizaron  en los años setenta. Fue su carácter desenfadado y alegre lo que me atrajo de él, una verdadera delicia para los sentidos. Así que quise saber más de él y descubrí un mundo fascinante de sinfonías, conciertos  y operas. Su biografía la conocí viendo la película “Amadeus”, que me encogió el corazón y mi admiración por él creció. 


    De sus óperas, además de “Las bodas de Fígaro”, me quedo con “La flauta mágica” (Die Zauberflöte), y de ella el aria  Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen (La venganza (o la furia) del infierno hierve en mi corazón), interpretada por la malvada Reina de la Noche. Es sobrecogedora, impresionante, magnífica…, cualquier adjetivo le viene pequeño.  Kenneth Branagh hizo una adaptación  espectacular de esta ópera que fue presentada fuera de concurso en el Festival de Cine de Venecia en el año 2006.  Podéis ver un pasaje de ella en esta dirección: http://www.youtube.com/watch?v=JFdEYq8A-ZQ.  Y su famosa y estremecedora aria aquí: http://www.youtube.com/watch?v=4bl4kI0_YZk


   En la banda de música que presenció mis primeros balbuceos musicales tocando la flauta, el clarinete principal lo tocaba el hijo del maestro. Javier, Javi para los amigos, que hoy es profesor de música, componente de la Banda de Música del CNP. Compone, hace arreglos y vive de la música, y muy bien por cierto. Pero cambió el clarinete por el saxo, el tenor concretamente. No deja de ser curioso, por eso lo menciono, que él tocase entonces el clarinete de manera magistral, y culminase su carrera musical tocando el saxo, los dos instrumentos de mi preferencia. Al cabo de los años tuve oportunidad de verlo, yo ya estaba casado, y le pedí que me enseñara música. Aceptó inmediatamente, y estuve yendo todos los días durante dos meses, adonde él ensayaba, a aprender de nuevo por el método de Hilarión Eslava, es decir, a empezar de nuevo, si bien esta vez como mandan los cánones. Pero un traslado inoportuno acabó con mi intento, más romántico que otra cosa. Estaba claro que mi tiempo de ser músico había pasado. 

Continuará...







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