domingo, 30 de junio de 2013

EL CASO SNOWDEN



    



      Raro es el día y el medio de comunicación que actualmente no incluye algún tipo de noticia sobre Edward Snowden, el ex espía de la CIA que ha puesto contra las cuerdas a EEUU al revelar los métodos de espionaje de su Agencia de Seguridad, la NSA, cuyas víctimas son millones de ciudadanos estadounidenses espiados a través de un programa, el PRISM, con el cual se puede acceder a información privada de los principales servidores de internet y a sus propios teléfonos.  Asunto que también alcanza al Reino Unido, pues el periódico The Guardian  informó sobre la existencia de una red de espionaje británico  en las cumbres del G20 del año 2009. Es decir, que estamos seguramente ante el mayor caso de espionaje de la historia.  El Gran Hermano de Orwell hecho realidad. 

  El caso es llamativo, por cuanto la mayor potencia de mundo, que ya no puede imponer su criterio diplomáticamente, recurre a otros medios, en este caso al espionaje a escala global, para obtener información y poder así imponer su voluntad coaccionando ya que no puede hacerlo con su autoridad. No se ha librado nadie, pues también han sido objeto de espionaje la Unión Europea, China, Rusia… Todo en nombre de la seguridad nacional y la prevención del terrorismo. 

   Y ha ocurrido lo que suele suceder en estos casos: el hijo díscolo que, desencantado o resentido, empieza a largar poniendo en evidencia a la familia, que lo acusa de traidor y mal hijo, pues lo que no puede es llamarlo embustero. Pero la cosa no se para ahí. Lo mismo que “la familia” lanzaría  a sus matones para que cacen al chivato y  darle su merecido, el gobierno de EEUU ha movilizado a sus servicios secretos para prender al traidor y darle el suyo. 

   Es decir, que revelar verdades  sobre prácticas mafiosas te pone automáticamente ante el cañón de una pistola o ante un consejo de guerra.  No porque hayas dicho la verdad, no, sino porque has puesto en peligro a tu familia, a tu país. Aún más,  lo has puesto en evidencia ante el mundo, lo has desprestigiado, has minado su autoridad, un acto que no puede quedar impune.  Pero claro, un espía no se decide a dar ese paso  si antes no diseña  su plan de  huida y una estrategia  de actuación, que es lo que ha hecho Snowden, quien presumiblemente acabará exiliado en algún país sudamericano al que el vecino del norte se la trae al fresco, burlando así su poder, su inmenso poder.  Quiere decirse que, de no ser por la existencia de países dispuestos a hacerle la peineta a EEUU, tal vez no podríamos conocer nunca  la cantidad de mierda  que corre por sus cloacas.  

   Yo no voy a entrar en si Snowden es un traidor o un héroe, seguramente sea ambas cosas en función de quien lo juzgue, lo que sí quiero decir es que siento simpatía por quien pone en dificultades al poderoso,  al matón, al que cree que puede hacer y deshacer a su antojo en nombre de unos principios en los que solo ellos creen, la seguridad y otras razones de estado que generan toda clase de injusticias y calamidades.  No está mal, no, desenmascarar el mal de este mundo. Lo que no puedo  es  alegrarme, pues este tipo de mal está arraigado en todos los países del mundo, en mayor o menor grado, y si me dan a elegir prefiero el que se cuece a la orilla del río Potomac.  No deja de ser triste tener que elegir entre males el mejor.
  





     

viernes, 28 de junio de 2013

JABÓN DE TOCADOR






   El jabón es un producto de lo más apasionante.  A mí me gusta usarlo en forma de pastilla en lugar de líquido. Por su aroma.  Pero tiene sus inconvenientes. Recién levantado entras al baño, te miras en el espejo, das un respingo porque el tío que se refleja no eres tú –al  menos tú no eras así la noche anterior-, abres el grifo, te mojas las manos, coges la pastilla  de jabón “Magno” de la Toja,  –un jabón negro de un aroma único como también lo fuera el “Heno de Pravia”,  que por cierto se fabrica en Polonia- y ¡zas!,  pastilla al suelo. 

  Tu gata, que se estaba restregando contra mi para hacerme la pelota para que le de el desayuno,  da un salto de la hostia, bufa cosa mala y sale disparada en dirección al pasillo. Pero el cable del secador, que tu mujer se había olvidado recoger la noche anterior y que había dejado colgado de la percha tras la puerta, se enreda entre sus patas. Semejante inconveniente incrementa el pánico  de mi minina que redobla su ímpetu de huida arrastrando consigo al secador que cae al suelo con estrépito  haciéndolo trizas. La gata, ante semejante desaguisado enloquece, sale al pasillo, llega al salón, se abalanza sobre la mesa del comedor en su aterrada huida, cae sobre el tapete de randa que adorna y a la vez protege la mesa, el cual soporta un florero de cristal tallado con una docena de rosas, detalle de cumpleaños que tuve el día anterior con mi mujer, engancha el tapete y arrastra tras de sí el florero que se estrella con estruendo sobre el suelo de Porcelanosa que te ha costado un riñón. El florero se desintegra pero muere matando cargándose una piedra del pavimento, precisamente la que más se ve. La gata por fin se esconde bajo el sofá huyendo de la quema y de pronto aparece tu mujer en la puerta del cuarto de baño con cara de película del Alfred Hitchcock y pregunta espantada: “¿Qué ha pasado?”  Y yo, como un gilipollas, con la maldita pastilla en la mano, desconcertado y sin habla, como el del chiste de la vaca pillado infraganti,  que no tuvo más remedio que decir que se estaba cepillando a la vaca, sólo se me ocurre decir “nada, que la pastilla de jabón se ha caído al suelo”. Y mientras mu mujer me mira como a si fuera un alienígena recién llegado del espacio,   sólo pienso en cargarme a todos los gatos del mundo y no comprar más pastillas de jabón en la vida.
  
   Pero claro, nada de nada.  A comprar un nuevo secador, un nuevo florero, la docena de rosas, reponer la losa rota (menos mal que había alguna de repuesto) y a jugar con tu gata unas horas después, la cual viene de nuevo a restregarse contra mi como si tal cosa. La bandida. En cuanto a la pastilla de jabón que rodó por el suelo, se deslizó más bien porque rodar no está entre sus virtudes, la hice picadillo (con alguien tenía que pagar el pato, ¿no?), y  a mi mujer tuve que decirle que juego con la gata cuando me  da la gana, faltaría más, y que no volviera a darme más sustos de ese calibre que bastante asustado estaba yo ya de verme en el espejo, vamos, si no quería quedarse sin marido.
 
   Y al día siguiente me encuentro una nota a mi nombre encima de mi mesa de trabajo.  Lógicamente la leo porque es de mi mujer. La nota decía así:

Tipos de jabones: 

-El “jabón duro”, que se obtiene deshidratando por rociado el jabón fundido, al que se añaden colorantes y aromas, y se moldea en barras y pastillas.  (Mismamente como el de marras, dije  para mí).

-El “jabón de tocador”, se fabrica con grasas de calidad superior al jabón duro, y una vez deshidratado el jabón fundido  vuelve a ser calentado para reducir aún más el contenido de agua.  Se le añaden colorantes y perfumes. (Ah, pues no era el duro, era el de tocador el infame, rectifico).

-El “jabón en polvo”.  También se deshidrata por rociado.  Antes de que se solidifique se le añaden los aditivos necesarios para conseguir un jabón sintético cuyo resultado final no contiene más del 50% de jabón. (¡Coño, de lo que se entera uno!  -exclamo para mí  intrigado).

   “Elige querido –decía la nota al final-, aunque te sugiero que te decidas por el “jabón líquido”, es menos “traumático”, a no ser que prefieras el “jabón en escamas”. 

   “¿Escamas? –repito con un mosqueo retumbante por la “genialidad” de mi mujer- bastante escamado estoy yo ya. ¡No te digo!”


miércoles, 26 de junio de 2013

LA LEVEDAD QUE NOS MANTIENE







  Ayer asistí a la presentación del libro “MADRID: GOLPE  A LA CORRUPCIÓN” del que soy coautor con el relato breve titulado “El Enviado”. El acto, organizado por la editorial Atlantis en la librería “LÉ”, estuvo coordinado por mi amigo Emilio Porta, polifacético escritor y poeta y gran comunicador. 

   Tras la presentación del libro, varios autores tuvimos la oportunidad de hablar de nuestro relato, todos ellos centrados en el tema de la corrupción, ese espectro que se ha instalado actualmente en nuestra sociedad y  se ha extendido como una mancha de aceite por todas sus capas sociales. Tras lo cual hubo un coloquio lo suficientemente interesante y vivo como para haber prolongado la velada hasta la madrugada, pero a las 21.00 horas tuvimos que concluir. Hora y media de debate que nos supo a poco. 

   Yo abordé el tema de la corrupción desde el concepto de “modernidad líquida” acuñado por Zigmunt Bauman, como la situación en la que hoy se encuentra “instalado” el mundo, desprovisto de unas bases sólidas desde las que organizar la convivencia y afrontar los retos a los que se enfrentan todas las sociedades.  Pero esas bases sólidas se han perdido, no existen, lo cual ha determinado comportamientos cada vez más egoístas e insolidarios en el que subyace el grito “sálvese quien pueda” antes de que se hunda el barco, contexto en el que la corrupción campa por sus respetos.  

   Preguntaba yo cuándo comenzó la “liquidez” de nuestra sociedad que ha terminado por empaparnos a todos hasta el punto de que ya no sabemos dónde aferrarnos  para  mantenernos firmes en nuestras  convicciones y no dejarnos arrastrar por el pesimismo reinante, pues como se desprende del concepto, lo líquido se ha filtrado en lo sólido y ha minado su firmeza, por lo que para moverse en el nuevo escenario, cuya inconsistencia nos asusta, no hemos tenido más opción que aliviarnos de la carga de nuestros principios, de nuestra moral y nuestra ética para poder movernos con mayor garantía de supervivencia.  Lo cual no deja de ser un contrasentido, pues sin principios y orientados por el relativismo volvemos a la ley de la selva.  

   Para mí no cabe duda que la “liquidez” de la sociedad tiene su antecedente inmediato en la injusticia y en la incapacidad de la propia sociedad para evitarlas y/o repararlas, lo que ha abocado a su división. Los intereses contrapuestos y los conflictos mal resueltos en el seno de la sociedad ha abocado a esta “liquidez” social que amenaza con destruir las bases de nuestro modelo de convivencia democrática y pacífica, con nuestro sistema de libertades, pues parece evidente que ya no funciona, y no funciona porque quienes tienen la responsabilidad de articular la participación política sobre la base fundamental del interés general no cumplen con esa misión, pues anteponen su interés particular, tratan de imponer su modelo ideológico y no respetan los elementos fundamentales que  cohesionan y dan firmeza a la sociedad, como la educación, la justicia, las coberturas sociales, la sanidad y el modelo de Estado. España en los aspectos mencionados es un caos.  Todo ello ha  devenido en la pobre idea que la ciudadanía tiene de España, y cuando se tiene un concepto pobre de lo propio no se respeta, y si no se respeta no se le tiene en cuenta y si algo tan básico es menospreciado el sentimiento de pertenencia se desmorona y cunde el desánimo. Y si ni siquiera los dirigentes dan ejemplo, la sociedad tiende a fragmentarse. La sensación es de que cada cual va a lo suyo y la corrupción se extiende, los partidos políticos se financian irregularmente, se generaliza el clientelismo político que cautiva el voto y la sociedad civil, que debería ser la que exigiera a los gobernantes que gobiernen y gobiernen bien, calla, lo cual allana el camino aún más a la corrupción, de manera que la denuncia de los comportamientos corruptos de los que ostentan el poder, ya sea político, económico, social o financiero, depende de unos cuantos periodistas sujetos a todo tipo de presiones. 

   Por tanto, un sistema que funciona así, no puede continuar rigiendo el funcionamiento de la sociedad, debe ser cambiado por otro, más justo, más trasparente, más racional que se lo ponga muy difícil a la corrupción, tanto política, como económica  y social.  Y perseguir la corrupción como traición a los fundamentos de la convivencia y al interés general (un nuevo delito).